Cuando Wolfgang Amadeus Mozart tenía cuatro años tocaba el clavicordio; a los seis, con destreza, el clavecín y el violín, además de componer pequeñas obras de considerable dificultad. Con 15 años fue admitido en la Academia Filarmónica de Bolonia, un lustro antes de lo permitido. Cada representación del joven maravillaba a los espectadores por su virtuosismo musical y capacidad de improvisación (se cuenta que ya en esa época podía tocar el teclado con los ojos vendados). En 1777, con solo 21 años, compuso su famoso Concierto para piano y orquesta nº 9 en mi bemol mayor.
Miguel Ángel, apodado El Divino, entró con 12 años en el taller de los Ghirlandaio como aprendiz y con 23 esculpió La Piedad del Vaticano. En 1505, cuando tenía 30 años, el Papa Julio II le encargó la realización de su monumento fúnebre, proyecto que entusiasmó al artista y que el pontífice abandonó. En 1508, tras numerosas llamadas de Julio II, que incluso llegó a amenazarle con la excomunión, aceptó dirigir la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina.
Mozart y Miguel Ángel son dos ejemplos extremos de genialidad precoz, pero han sido muchos los escritores, poetas, pintores o escultores ilustres que demostraron durante su juventud una asombrosa madurez artística para su edad.
"Lo que pienso y siento, al menos puedo apuntarlo"
Mary Shelley publicó Frankenstein con 21 años, tras concebir la idea de la novela durante un sueño, y Arthur Rimbaud pasó a la posteridad por una obra poética compuesta desde la adolescencia hasta el comienzo de la veintena.
“Lo mejor de todo es que lo que pienso y siento, al menos puedo apuntarlo: si no, me asfixiaría completamente”, dejó escrito Ana Frank en su diario, el más conocido de la literatura universal. Un relato sobre la dura existencia de su familia y otros judíos en un desván durante la ocupación nazi de Ámsterdam que Frank comenzó con apenas 13 años.
“Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones de La Casa de Atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas, pero... aún está por ver si de verdad tengo talento”. Desgraciadamente, no pudo comprobarlo por sí misma, pero sí los demás.
Identificar primero y cultivar después los talentos
No hace falta alcanzar esas cuotas de maestría para tener talento. Cada uno de nosotros tenemos los nuestros. El problema es que a veces no los conocemos o no sabemos cómo potenciarlos, de ahí la importancia de tener herramientas y rodearse de las personas adecuadas para ello.
Coca-Cola lleva años intentando aportar su particular granito de arena para ayudar a los jóvenes a identificar y cultivar esas capacidades con proyectos como el Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos de Relato Corto, que supera ya el medio siglo de historia; o los Premios Buero de Teatro Joven Coca-Cola, que este año cumplen su 13ª edición.
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