Una profesora de sociología me dijo, cuando era niña, que si nuestra civilización desapareciera algún día el único “elemento arqueológico común” que nos identificaría sería la botella de Coca–Cola. Y no andaba muy descaminada. La botella Contour, que así es como se llama esta original botella contoneada, es un icono de la cultura popular.
Por ello no es de extrañar que Coca–Cola estuviera presente en la Expo 92, la mayor exposición universal celebrada hasta la fecha, como patrocinadora del evento.
Acabábamos de vivir los transgresores años 80 y se abría paso la libertad, pero por aquel entonces España, como decía María Ostiz en su canción, todavía Olía a pueblo. La palabra “globalización“ no la conocíamos aún y una de las cosas más internacionales que habían existido en nuestras vidas era
A principios de los 90 los españoles viajábamos lo justito, pero cuando cruzábamos la frontera sabíamos que para encontrarnos como en casa teníamos que pedir una
A esta España llegó la Expo 92. Se quería conmemorar el quinto aniversario del descubrimiento de América y, como universal que era, el mundo entero debía estar ahí representado. “La mayor Exposición de la historia”. Así la definió el entonces rey Juan Carlos en su inauguración, y hasta ahora lo sigue siendo. En sus 250 hectáreas, que forman la Isla de la Cartuja , hubo 95 pabellones -cuatro de ellos temáticos-, 112 países participantes y casi 42 millones de visitas. Con este panorama, ¿qué bebida refrescante sería del agrado de los variopintos participantes? No había duda: Coca–Cola, la bebida más famosa del mundo, y que desde su creación en 1886 no ha dejado de crecer.
Coca-Cola se convirtió en uno de los patrocinadores oficiales de la Expo 92 y el simpático anuncio de la mascota Curro junto al globo terráqueo, encabezados por el logo de Coca–Cola, inundaron todo el recinto con grandes carteles y empapelando postes y cabinas de teléfono.
Y llegó aquel 20 de abril de 1992. Un sueño hecho realidad, por el que pocos apostaban y en el que Sevilla y España demostraron al mundo que eran capaces de traerlo hasta aquí.
Muchas veces había entrado en la Isla de la Cartuja , antes de la inauguración de la Expo, pero ese día ¡no me lo podía creer! Me pareció un Disneyland de adultos. Atrás quedaron, de un plumazo, las críticas y la incertidumbre.
Cientos de palomas mensajeras surcaron el cielo, 38 campanas de la ciudad repicaron y miles de globos pusieron color a una fiesta que acababa de empezar y que supuso una inversión de cerca de 200.000 millones de las antiguas pesetas. Y allí estaba
Los periodistas que, como yo, tuvimos la suerte de trabajar en esta mágica ciudad efímera todavía recordamos con nostalgia aquellos maravillosos seis meses. Éramos nada menos que 18.000 periodistas acreditados de 83 países.
Recuerdo que cada mañana, en la sala de conferencias del edificio para los medios de comunicación, el jefe de prensa de la Expo, Sebastián García, nos citaba a las 9.00 horas de la mañana en un “briefing”, que es como llamaban al desayuno de trabajo, para informarnos de las actividades diarias que se desarrollarían en la Isla de la Cartuja. Un desayuno informativo en el que no faltaban el café, los bollos, el zumo de naranja y, por supuesto, Coca Cola, que tan presente iba a estar en la Expo 92, no solo como empresa patrocinadora oficial, sino con sus productos en todo el recinto, inundado de máquinas expendedoras de latas de
Los diversos países y culturas estaban allí representados en sus pabellones, en los que desde la cocina hasta la música eran distintas. Una mezcla de culturas y una apuesta por la diversidad que hasta entonces solo habíamos visto plasmadas los españoles en aquel emblemático anuncio de
La fiesta en la Expo 92 era continua con los espectáculos en el Palenque, el lago y la Cabalgata que cada tarde recorría el recinto con todos los elementos de modernidad habidos y por haber. Y allí desfilando cada día, formando parte de ese mundo mágico, estaba también
De repente, llegaba desde la lejanía un vago eco de fanfarria y, al poco tiempo, irrumpían unos personajes estrafalarios con patines que colocaban unos conos en forma de botella de Coca Cola, marcando una especie de márgenes en la avenida para que diariamente transcurriera la Cabalgata. Un espectáculo que tardaba una hora y cuarto en cubrir los 2,2 kilómetros de itinerario y que era como una ola de color, ritmo y vitalidad. Una experiencia que nos dejaba el corazón lleno de alegría y confeti, algo así como ¡”la chispa de la vida”!
Los periodistas no dábamos abasto. Diariamente había casi un centenar de actividades por cubrir. Pero ¡no nos importaba! Estábamos viviendo el futuro desde Andalucía y siendo testigos de la transformación de España a la modernidad. Y en ese cambio, una vez más, estaba Coca-Cola, siempre al lado de la gente, formando parte de la sociedad española, de la vida de las personas, de sus momentos inolvidables. Fuimos testigos de la personalidad de Fidel Castro, recibimos a Mijaíl Gorbachov al grito de “Torero, torero”, nos dimos cuenta de que Lady Di no era feliz y que Carolina de Mónaco era pura belleza natural. Reyes, presidentes y jefes de Estado visitaron la Expo 92 y una Sevilla que se transformaba para la ocasión a un ritmo vertiginoso.
Cada participante, país o pabellón contaba con su día en la Expo. Y llegó el 11 de agosto de 1992, el “Día de Honor de
Los visitantes se quedaron con la boca abierta al ver en los Jardines del Guadalquivir una enorme muralla de La Macarena realizada con 20.000 cajas de Coca Cola.
A las diez y media , como venía siendo habitual en los días de honor de cada país o empresa patrocinadora, el entonces presidente de
En 1992 el mundo estaba cambiando y en esa transformación Coca Cola quería estar ahí, formando parte de nosotros. El otro gran reto de aquel año fueron las Olimpiadas de Barcelona y, lógicamente, estas estaban también representadas en la Expo a través de su pabellón, del Pabellón del Comité Olímpico Internacional (COI), cuyo principal objetivo fue vincular el deporte a la cultura. En su construcción se invirtieron 400 millones de las antiguas pesetas y los contenidos y actividades elevaron esa cifra hasta sumar los 800. Por primera vez en su historia, el COI estaba representado en una Exposición Universal . Y también, por vez primera, la llama olímpica ardería en una ciudad distinta a la sede donde se celebraban los Juegos.
En sus distintas salas se mezclaban obras de Tàpies o de Dalí con la mascota Cobi y fotos de las sedes de otros Juegos Olímpicos. La última zona expositiva del pabellón estuvo dedicada a
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